Aceptar las reglas

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Así es desde el comienzo de los tiempos, aunque lo de la costilla no se lo crea ni el mismísimo Dios.
Las reglas están para cumplirse, sean del tipo que sean: de juego, ortográficas, mnemotécnicas, de tres simple, compuesta, directa o inversa, juntas o separadas.

Su inevitabilidad, al menos durante una parte importantísima de nuestras vidas hace que las terminemos aceptando y conviviendo con ellas aunque a veces desearíamos no tener que hacerlo.  Lo bueno es que por lo general se preanuncian. Esto es, nos dan señales de su inminente llegada, con lo cual podemos ganar tiempo para pensar en cómo combatirlas.

A mí, particularmente, me aportan un plus de energía a veces difícil de controlar y que contribuye a confirmar la teoría de la batalla entre neuronas y hormonas que todas padecemos a lo largo del ciclo de la fertilidad,  más el antes y el después propios de la condición femenina.
Ayer, sin ir más lejos que al puesto de periódicos, esa aportación extra de energía a la que muchos no dudarían en llamar "mala leche" me puso al borde del ataque de nervios nada más que por una tontería tan mayúscula como insignificante (también conocida como "paradoja premenstrual"): un pobre abuelete se me puso a silbar una zarzuela a una distancia poco recomendable justo mientras mi radio mental sintonizaba a Bob Marley y me hizo confundir.  Recordé el "¿Por qué no te callas?" del Rey a Hugo Chávez pero también recordé que la educación es lo último que quiero perder y el pobre abuelo no tiene culpa alguna  de mi estado.  Logré contenerme:  respiré profundo y me conecté con  mi yo interior, que en verdad es más manso que Lassie atado.  Mentira.

Hasta ahí todo bien. Sube y baja de estrógenos, temperatura de 35º, excusas hay para regalar.  Lo que no tiene perdón es que junto con la "paradoja de la mala leche" conviva como Cenicienta su opuesta: la "emotiva".  Porque, ¿qué otra explicación cabe para que alguien como yo, identificada con un pensamiento democrático, sensible a las causas humanitarias, que sufre como cualquiera por las injusticias de este mundo llore viendo imágenes de un enlace real?, ¿qué otra explicación, pienso, cabe para que se me caigan las lágrimas viendo la boda de los duques de Cambridge?. ¿Sería por el espantoso sombrero amarillo que llevaba la reina?¿Por el aspecto cada vez más impresentable del príncipe Carlos o por la pamela imposible de "las primas"? No, porque en ese caso tendría que haber llorado, pero de risa y este era, lo puedo asegurar, un lagrimeo emocionado, con nudo en la garganta y todo.

En fin, que por suerte nunca me falta una buena dosis de chocolate con la que enfrentar estas crisis de ansiedad: mientras tanto, sigo buscando el equilibrio y leyendo a Maitena, que de esto sabe un montón.





3 comentarios:

Nené Cascallar dijo...

Las únicas reglas que sirven son las que fueron rotas para hacer surgir otras reglas tan frágiles como aquellas. Y esto viene desde la mañana del mundo. Sólo basta ver la ortografía de hace apenas dos o tres siglos para darnos cuenta.

Por otro lado, muchas reglas pretenden hacer de nuestras vidas una prolija línea recta cuando las humildes existencias que acarreamos tiene mas sinuosidades que subrayado de libro en colectivo que traquetea por el empedrado.

Pero tenés razón: hay que arreglárselas con las reglas más allá de que generen en determinados momentos regulares cierto sindrome pre reglístico lo que provoca a menudo escarceos entre hormonas y neuronas.

Tengo para mí que el llanto y la risa son vecinas de cuarto con una puerta secreta en común por donde pasan, ida y vuelta, las emociones, esas sensaciones que nos desconectan el cerebro y nos hacen volar a puro corazón que somos.

Anónimo dijo...

Adoro a Maitena, adoro no seguir las reglas... :)

Blanca dijo...

Pues sí, Maitena comprende como pocos la psicología femenina aunque lo mejor es su modo de expresarlo.

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